El soldadito de plomo
Érase una vez veinticinco soldaditos de plomo. Todos iguales, con su uniforme impecable, la vista al frente y su fusil al hombro. Todos menos uno, al que le faltaba una pierna porque fue el último en fundir y ya no quedaba plomo suficiente. Pero precisamente porque era distinto, era el que más llamaba la atención de todos.
Un día los soldaditos fueron regalados a un niño y llegaron a una casa llena de juguetes. De todos ellos, el castillo de papel fue el que más le gustó al soldadito de plomo. ¡Era tan bonito y grande! y además en su puerta tenía una elegante bailarina.