El perdón en la familia

"No existe familia perfecta. No tenemos padres perfectos, no somos perfectos, no nos casamos con una persona perfecta ni tenemos hijos perfectos. Tenemos quejas de unos a otros.

Nos decepcionamos los unos a los otros. Por lo tanto, no existe un matrimonio saludable ni familia saludable sin el ejercicio del perdón.

El perdón es vital para nuestra salud emocional y sobrevivencia espiritual. Sin perdón la familia se convierte en un escenario de conflictos y un bastión de agravios.

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Monte Simelí

Había una vez dos hermanos, uno rico y otro pobre. El rico, sin embargo, nunca ayudaba al pobre, el cual se ganaba escasamente la vida comerciando maíz, y a veces le iba tan mal que no tenía para el pan de su esposa e hijos. Una vez, cuando el pobre iba con su carreta por el bosque, miró  hacia un lado, y vio una grande y pelada montaña, que nunca antes había visto. Él paró y la observó con gran asombro.

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El soldadito de plomo

Érase una vez veinticinco soldaditos de plomo. Todos iguales, con su uniforme impecable, la vista al frente y su fusil al hombro. Todos menos uno, al que le faltaba una pierna porque fue el último en fundir y ya no quedaba plomo suficiente. Pero precisamente porque era distinto, era el que más llamaba la atención de todos.


Un día los soldaditos fueron regalados a un niño y llegaron a una casa llena de juguetes. De todos ellos, el castillo de papel fue el que más le gustó al soldadito de plomo. ¡Era tan bonito y grande! y además en su puerta tenía una elegante bailarina.

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El gato con Botas

Había una vez un molinero pobre que cuando murió sólo pudo dejar a sus hijos por herencia el molino, un asno y un gato. En el reparto el molino fue para el mayor, el asno para el segundo y el gato para el más pequeño. Éste último se lamentó de su suerte en cuanto supo cuál era su parte.

- ¿Y ahora qué haré? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo sólo tengo un pobre gato.

El gato, que no andaba muy lejos, le contestó:

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Ricitos de Oro

Una tarde, Ricitos de Oro se fue al bosque y se puso a coger flores.

Cerca de allí, había una cabaña muy bonita, y como Ricitos de Oro era una niña muy curiosa, se acercó paso a paso hasta la puerta de la casita y la empujó. La puerta estaba abierta, y vio una mesa. Encima de la mesa había tres tazones con leche y miel. Uno, era grande; otro, mediano; y otro, pequeño. Ricitos de Oro tenía hambre, y probó la leche del tazón mayor. ¡Uf! ¡Está muy caliente!

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